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¡No Puedo!


Escribo esta columna en un momento neurálgico. Ustedes saben que la vida se empeña en darle a uno limones y limones; pero soy de las que hace limonadas y con una actitud positiva trato de endulzarlas. Sin embargo, las últimas semanas, o se me ha ido acabando el azúcar o los limones que llegan son cada vez más agrios. Algo así como ese refrán: piso y no arranco.


En poco tiempo, he tenido muchos cambios y situaciones que me han sacado de rutina. El proceso de adaptación no ha sido fácil, no obstante, he aprendido mucho sobre mi mente y mi cuerpo. Por ejemplo, descubrí que el estrés me provoca picor en el cuerpo y que mis libras demás se deben a que como cuando tengo ansiedad. Fueron tantos los síntomas que sentí antes de descubrir lo que me pasaba, que juré que tenía diabetes, problemas con la tiroides y el corazón: parecía hipocondríaca. Me realizaron todos los exámenes necesarios, y no tengo absolutamente nada. Soy una mujer saludable.


Debido al estrés, dejé de correr. ¿Irónico, no? Con el "voy en la tarde" o "mejor voy por la mañana", olvidé que correr era mi terapia. Lo olvidé porque ya no lo estaba viendo como mi momento; lo empecé a percibir como una carga. A la agria limonada que ya me estaba bebiendo, le añadí la amargura de cuestionarme si realmente quería seguir entrenando para el maratón.


Hice lo que muy pocas veces he hecho: apagué el celular, me desconecté de las redes y de la Internet y dediqué todo un sábado a pensar sobré qué decidiría. También me prometí que, cualquiera que fuera el resultado de ese aislamiento: lo acataría y no habría marcha atrás.


Soy estudiante doctoral el Universidad de Puerto Rico y, ahora, tengo un trabajo que demanda un nivel de concentración muy profundo, además del análisis constante que debo realizar. Llegó a casa con las neuronas exprimidas, para sentarme a estudiar. Entrenar para un maratón es un trabajo a tiempo parcial y según yo, no tengo tiempo para eso. Hay que dedicarle horas y esmero. ¡No puedo! ¡No puedo! ¡No puedo! Me he repetido consecutivamente todos estos días.


Mi reflexión del sábado pudo más que yo y más que la limonada agria. Si dejamos correr los pensamientos, se convierten en una montaña rusa que va en pica hacia un abismo. Si no la frenamos, nos precipitamos rápidamente al vacío. En la noche, me di cuenta de que, en otro momento de mi vida, ya me hubiera rendido. Sí. Hubiera dicho que no importaba, que si no seguía entrenando y no iba a Chicago nada pasaría. Hubiera adelantado mi viaje al precipicio: me hubiera quitado la barra de seguridad del asiento y me hubiese lanzado a la oscura zona de la desgracia y a la falta de voluntad. Esa era yo. Pero es que esa ya no existe y por eso concluí que ¡no puedo!


No puedo abandonar un promesa que me hice: completar un maratón; no puedo permitir que la mente me diga que no puedo; no puedo defraudar a la gente que creen en mí; no puedo permitir que el que piensa que no lo lograré, tenga la razón; no puedo dejar de escribir estas columnas que tanto me fascinan; no puedo dejar de pensar en mi hermano y en su lucha contra el cáncer; no puedo dejar de creer en mí. No puedo dejar que limonada sea agria.


Simplemente: no puedo.

*Las imágenes contienen su respectivo enlace donde se obtuvieron las mismas.

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