Hace unas semanas viajé con urgencia a Boston. ¿El motivo? Visitar a mi hermano mayor. Sin embargo, este viaje fue distinto. Mi hermano tiene cáncer. Necesitaba verlo. Saber que está bien. Necesitaba comprender su proceso e identificar en qué forma puedo ayudarlo.
No iba a escribir sobre este asunto, pero al regresar a Puerto Rico, he reflexionado sobre cuáles son las cosas verdaderamente importantes. Durante este periodo de reflexión he pensado si realmente debo continuar entrenando para el maratón; me cuestioné las razones por las que decidí entrenar para una carrera como esta y si vale la pena.
Hace un año, cuando mi hermano me dio la noticia de que tenía cáncer en la próstata y que se le había metastizado a los huesos, no lo podía creer. Fue difícil para mí entender cómo un hombre tan lleno de vida, tenía esa terrible enfermedad. Me pregunté cómo podía ayudarlo, y la única respuesta fue orar y tener mucha fe. Me frustré, porque más allá de esas dos cosas, no podría hacer nada. Sentí una gran impotencia.
Ante un episodio delicado, en medio de este proceso, fue que decidí viajar. Al verlo, mis frustraciones terminaron. Pude entender su tratamiento, ver a sus médicos y descubrir que la batalla contra el cáncer es como entrenar para un maratón.
Habrá días en los que se sentirá muy bien, lleno de fuerza y de ánimo; en otros, el dolor, los efectos secundarios del tratamiento o el agotamiento mental se apoderarán de él y no querrá continuar. El grupo de apoyo (amigos, familia, doctores) lo animarán para que no deje de la carrera. Otras veces, cuando ya no tenga más ánimos, solo el amor y su fuerza interior lo sostendrán.
Así es entrenar para un maratón. Hay días en los que quiero correr sin parar; otros, como los que estoy teniendo ahora, son más grises, en los que quiero quitarme los tenis y no seguir. Tengo la opción de no seguir; puedo decir que no entrenaré más para el maratón. Ayer recibí un email sobre mi inscripción en el que tengo la opción de cambiar la fecha para el año 2018, entre otras alternativas. Es inevitable que mientras escribo esta columna, mis emociones me traicionen. Pensé en mi hermano. ¿Cuando está desanimado, puede darse el lujo de posponer su tratamiento? ¿Puede enviar un mensaje de correo electrónico en el que explique que ya no quiere tratamiento? No. Aunque pudiera decir “ya no más”, continuará, porque es un hombre fuerte, porque papi nos enseñó que la vida es lo más bonito y hay que vivirla con intensidad. Porque la vida es otro maratón. Entonces ¿sería justo que yo lo dejara solo en esta carrera? La respuesta también es no.
Quiero llegar a la meta el 8 de octubre y allí poder decir: Lo hice por ti, mi hermano Carlos M. Padilla, porque soy igual de fuerte que tú.